El anillo de María K.
El
solitario señor V., empleado nocturno de la funeraria del pueblo y un hombre
con una honestidad irreprochable, nunca supo por qué extraña razón tomó ese
anillo del dedo sin vida de doña María K., a quien ni siquiera conocía, para
esconderlo en un bolsillo de su túnica.
Todo
sucedió en el depósito del local. Luego de colocar, con la ayuda de otro
compañero, el cuerpo de la anciana en el cajón y arreglarlo bien para el corto
velatorio, y cuando ya estaba en camino de ponerse su traje negro, sin aviso
previo, como si un ángel maligno le susurrara al oído, le tomó por asalto la
idea irresistible de hacerse con el anillo engarzado con un pequeño y llamativo
rubí. Sin pensarlo dos veces, lo hizo.
Luego
procedió a trasladarla a la sala, donde la esperaban sus pocas amistades.
Durante
la noche, cuando ya se habían retirado los deudos, el señor V., quien dormía
sentado en el cuartito de servicio, despertó con brusquedad al sentir un ruido
extraño. Abrió los ojos y descubrió un huesudo dedo que le señalaba a poca
distancia de su nariz.
-
Señor, ese anillo es mío. Si me hace el favor de
devolverlo…
María
K. fue sepultada a la mañana siguiente sin muchos rezos y pompa, pero al señor
V. nadie lo reclamó, por lo que sus restos fueron enterrados por cuenta del
servicio público municipal.
Excelente
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