sábado, 17 de junio de 2017



La fiesta

Cuando estalló la revolución, la multitud alborozada copó las calles y a las plazas. Todo era una fiesta, abrazos, reencuentros, lágrimas emocionadas. Las gentes tiraron abajo las estatuas del antiguo tirano, quemaron los retratos de su odiada esposa, irrumpieron en sus palacios y sus mansiones, quemaron sus autos y se adornaron con un brazalete amarillo.

Un anciano, liberado de su prisión de 30 años, caminaba en medio de la multitud. Iba sereno, apenas sonriente, apoyado en un bastón. Una voz le detuvo. “He, tú, anciano, ¿por qué no llevas el brazalete amarillo en tu brazo, que es el símbolo de la libertad?” “Porque soy libre…”, contestó el interpelado y mostró, sonriendo, los pocos dientes que le quedaban.

Murió al amanecer siguiente, fusilado.
 
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