La fiesta
Cuando estalló la revolución, la multitud alborozada copó las calles y a
las plazas. Todo era una fiesta, abrazos, reencuentros, lágrimas emocionadas.
Las gentes tiraron abajo las estatuas del antiguo tirano, quemaron los retratos
de su odiada esposa, irrumpieron en sus palacios y sus mansiones, quemaron sus
autos y se adornaron con un brazalete amarillo.
Un anciano, liberado de su prisión de 30 años, caminaba en medio de la
multitud. Iba sereno, apenas sonriente, apoyado en un bastón. Una voz le
detuvo. “He, tú, anciano, ¿por qué no llevas el brazalete amarillo en tu brazo,
que es el símbolo de la libertad?” “Porque soy libre…”, contestó el interpelado
y mostró, sonriendo, los pocos dientes que le quedaban.
Murió al amanecer siguiente, fusilado.
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