Luces en el horizonte
¿Cómo
es posible que existan esas luces?, pensó Lucas parado en la playa y fijando la
vista en varios puntos de luz que se veían hacia el este, donde la tierra
terminaba y comenzaba el mar. Si no hay nadie, si estoy solo. Será un incendio,
se preguntó. Pero desechó esa idea. Los puntos de luz estaban fijos, como si de
pronto se hubieran encendido por manos invisibles. Imposible, sentenció Lucas.
Yo soy el único que queda, no hay nadie más. Pero, si todos desaparecieron, si
todos se fueron quién sabe a dónde y cuándo – perdí la cuenta hace tanto -, ¿de
dónde salieron esas luces?
Lucas
entrecerró los ojos para ver mejor. Recordó el día que descubrió que estaba
solo, que no escuchaba ya voz humana alguna, que no distinguía la figura de
nadie, el rostro amigable o el insulto soez: nada. Algo grave debe haber
ocurrido en el mundo, una catástrofe que aniquiló a todos, pensó. Pero yo sigo
aquí, y las aves y los perros también. Cuando sospechó lo irreversible de su
soledad, corrió desesperado hacia la playa y la plaza, hacia el mercado vacío y
hacia la carretera. Gritó todos los nombres, todos sus conocidos, sus amigos y
enemigos. Al saberse solo, supo que no necesitaba gritar más. Pronto olvidó su
nombre.
Se
refugió en la que recordaba era su casa. Por lo menos creía reconocerla y
diferenciarla de las demás. Siempre lograba encontrar algo que comer – una
lata, un mendrugo, alguna fruta – y leña para calentarse. Sin percatarse de
ello, se dejó crecer la barba. Una mañana caminó por varios días hasta la
ciudad, bajo el sol del diciembre ignorado, pero se detuvo en las afueras.
Creyó reconocer la casa de un amor pasado. Varios días se sentó frente a las
rejas, recordando amores clandestinos y risas y llantos. Ella tampoco estaba.
¿Dónde estaría?
Y
ahora esas luces en el horizonte, hacia el este. No podía ser. Lucas decidió
que aquello debía ser de naturaleza aberrante. Resolvió volver a caminar por la
playa hasta el horizonte, y gritar y cantar canciones olvidadas para asustar a
quienes intentaban romper su soledad.
Los
pescadores tempraneros le vieron pasar, cantando y gritando. Pronto, sin que
alguien lo advirtiera, Lucas desapareció en el mar.
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