Un rezo por el
hermano Muerte
Estaba subido en un andamio.
Buscaba un tomo de Hamlet en mi biblioteca, que no logré encontrar. Por qué
Hamlet no lo sé, si mientras revisaba los libros barruntaba versos de Calderón
de la Barca, ojos hidrópicos creo que mis ojos deben ser pues cuando es muerte
el beber beben más y todo lo que sigue, que mi memoria me traía vaya a saber
desde dónde.
No encontré a Hamlet. Bajé
de mi altura y salí a caminar. Me crucé en medio de la calle con alguien que no
debía estar ahí, correcto y formal, con una mirada severa y paternal que
conozco de memoria. Le saludé con la mano entre el gentío que pasaba. Cuando
volví a mirar, ya no estaba.
Bajé por una escalera casi
escondida al costado de un largo muro. Dos, quizás tres pisos. Los versos de
Calderón sonaban ya lejanos. En un rellano vi una galera y un bastón, colocados
sobre una butaca. Era una señal convenida: no debía seguir bajando, ya que el
dueño estaba trabajando. Volví sobre mis pasos, escalera arriba. Sentado en los
escalones estaba su hermano que es el mío, elegantemente vestido de frac, pero
sin la chaqueta. Me miró desde el fondo de sus ojos negros, en los que descubrí
una infinita tristeza. Nuestro hermano nunca deja de trabajar, me dijo sin modular
palabra. Yo respondí en voz alta: ¿quién rezará un padrenuestro cuando muera
nuestro hermano Muerte?
Y desperté.
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