El
asalto
Después de disparar su
arcabuz y partir en dos la cabeza de un sarraceno, el sargento supo que el
avance enemigo sería fatal. El épico momento de la muerte había llegado.
Se levantó con calma,
desenvainó la toledana y comenzó a murmurar un padrenuestro, que cambió al
primer cruce de espadas por otro grito menos amable.
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¡En el nombre de Cristo y de la puta que lo
parió!
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