Soñó con caballos
No
sabía qué eran ni de dónde venían. No podía nombrarlos, pero los soñó antes que
llegaran. Se levantó de su rincón junto al fuego, dejó las pieles que cubrían a
los suyos de lado, tomó un carbón frío y fue directo al fondo de la cueva donde
otro, ya anciano, había dibujado a los dioses y a las bestias.
El
anciano ya no estaba, pero él alzó el brazo, apoyó el carbón en la pared y dejó
que su mano trazara el contorno de su sueño. Uno, dos, muchos. Los sintió
corriendo en la pradera, majestuoso, bellos, inalcanzables. Unas bestias nunca
antes vistas por su gente.
Al finalizar su tarea, el carbón escapó de su mano y quedó junto a una
piedra por miles de años. Un hombre portando una luz artificial le encontró, y
junto al mismo, mirando desde las penumbras, a los caballos que otro soñó.
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